al fondo, esos rascacielos nacidos de pesadillas de arquitectos amenazando al plácido Mediterráneo. Son el fondo del decorado y también la metáfora del UAE, que acoge a la prensa de todo el mundo en varios salones de un hotel de lujo vacío en invierno para anunciar su próxima temporada tal como lo haría una distribuidora multinacional de Hollywood presentando su última superproducción, estrellas compitiendo por la atención de los medios, algunos secundarios colándose en alguna mesa, contando cómo combinan sus ambiciones, y su paciencia, con tanto number one, y Tadej Superstar Pogacar por encima de todos, y con él el nuevo paradigma del ciclismo.
Más brillante, luminoso y hasta sabio, cumplidos los 27, y consciente, al fin, ay, del paso del tiempo que fluye acelerado, imparable, de su peso en la historia del ciclismo, y el pelo desigual de trasquilones, como cortado a mordiscos. “Creo que después de todos estos años y todas estas victorias, empiezo a darme cuenta de que estamos haciendo algo grande”, admite. “Disfruto haciéndolo. Espero que no dejemos de escribir este libro”.
Tras este preámbulo tan ruidoso a nadie extraña que cuando recita su calendario, el esloveno, los dos primeros meses de su 2026, marzo y abril, los dedique en exclusiva a los Monumentos, comenzando con la aspirante las Strade Bianche (7 de marzo), y después San Remo, Flandes, Roubaix y Lieja. En mayo y junio, dos carreras de unos días en Suiza (Romandía, seis días; y Vuelta a Suiza, cinco), en las que nunca ha corrido, y en julio, el Tour. Después, en septiembre, el Mundial en Montreal.
Pero Roubaix antes que nada, y ya se pasó hace tres días por el Carrefour de l’Arbre para sentir el tacto del pavés y probar sus bicicletas, neumáticos, ruedas… Tanto lo desea. Para ganar Roubaix necesitará engordar un par de kilos, calcula, y “trabajar la durabilidad”, la nueva palabra tótem del ciclismo, algo así como la resistencia a la fatiga de toda la vida y algo también de metabolismo, nutrición y entrenamiento para aumentar la capacidad de mantener la velocidad crítica, lo que hace repitiendo series intensas al final de los entrenamientos.
El plan, que reproduce casi al 100 por 100, con algún aligeramiento, el que siguió en 2025, 60 días de carrera como mucho, revela una cierta urgencia por rellenar casillas vacías en su historial, él, que Monumentos ha ganado todos, y varias veces, salvo San Remo y Roubaix, y de pruebas de WorldTour de una semana solo le faltan la Vuelta al País Vasco, incompatible por fechas con su sed de monumentos adoquinados, y las dos primaverales suizas. “Si gano, si alguna vez gano estas dos carreras [Roubaix y San Remo] entonces sí, pensaría más o menos que no hay mucho más que me quede por hacer, pero siempre hay algo más, hay muchas carreras de una semana en las que aún no he participado y también la Vuelta”, dice. “Quedan muchas cosas por ganar, y diferentes, en diferentes escenarios, pero los años pasan muy rápido y quizá no tenga tiempo para ganar todo lo que queda… Pero simplemente me gusta volver a estas carreras e intentar ganar porque no he ganado, pero no estoy obsesionado con ello como algunos podrían pensar”.
Desaparecen la estrellas de los salones cuando el sol desaparece y los rascacielos se borran entre la bruma, y el bar se llena de auxiliares del equipo, decenas de ellos, que hacen viva la imagen de familia de sangre que usa a veces Pogacar. Y su verdad sentimental supera a la ficción del marketing cuando todos se emocionan y brindan a gritos por Joseba Elguezabal, el masajista de toda la vida que lloró e hizo llorar al campeón esloveno cuando le anunció hace nada que dejaba al equipo para irse al Athletic. Y en Benidorm se despide.